Cotidianamente compramos frutas y vegetales precortados: sandía, jícama, pepino, mango, pina, y ahora en los supermercados, vegetales como zanahorias, lechugas, bananas, apio, entre otros: todos son productos mínimamente procesados. Con más o menos uso de tecnologías alimentarias siempre los consumimos y cada vez son más comunes en tiendas de conveniencia y supermercados.
Las prisas ya no son un pretexto para no servirte una ración diaria, pues gracias a estos productos envasados o congelados, nuestras alacenas y refrigeradores se han convertido en auténticos huertos...
Según la Organizacion Mundial de la Salud, los alimentos mínimamente procesados son alimentos naturales que han sido alterados sin añadirles sustancias externas. Usualmente se sustrae partes mínimas del alimento, pero sin cambiar significativamente su naturaleza o su uso. Se les aplica algún proceso, como eliminar partes no comestibles, secar, triturar, fraccionar, congelar o envasar, pero no se les añade sal, azúcar, aceites, grasas u otras sustancias. Se preparan para facilitar su consumo, otros ejemplos de alimentos mínimamente procesados son:
Frutas y verduras frescas
Jugos naturales de fruta
Semillas y nueces
Hierbas aromáticas frescas
Yogur natural
Cereales
Los alimentos mínimamente procesados son importantes porque ofrecen una alternativa a los alimentos frescos que mantiene su calidad nutritiva y sensorial, pero con una vida útil más prolongada. La fermentación, obtenida mediante la adición de microorganismos vivientes al alimento, también es un proceso “mínimo” cuando no genera alcohol (caso del yogurt). Estos procesos “mínimos” pueden aumentar la duración de los alimentos, permitir su almacenamiento, ayudar a su preparación culinaria, mejorar su calidad nutricional, y tornarlos más agradables al paladar y fáciles de digerir.
El procesado mínimo de alimentos facilita la preparación de los alimentos, por lo tanto reduce el tiempo dedicado a ello. El auge de nuevas tendencias alimentarias como el veganismo o el vegetarianismo en los últimos años las han convertido en una parte todavía más imprescindible de la vida diaria de millones de personas, lo que sin duda ha contribuido –y seguirán haciéndolo en el futuro- al aumento de un consumo mundial que en 2022 ya rondaba los 425.000 millones de kilogramos . Y eso sólo en el caso de verdura fresca. Este volumen es todavía mayor si se tienen en cuenta productos congelados y en conserva. Ante dicha realidad, no llama la atención que el valor del mercado de procesamiento hortofrutícola también se haya incrementado considerablemente en el último tiempo. De hecho, está previsto que se sitúe cerca de los 325.000 millones de dólares estadounidenses a cierre de 2023 (según STATISTA).
En promedio, las familias mexicanas dedicamos apenas un 12% del gasto destinado a alimento a la compra trimestral de verduras, legumbres, leguminosas y semillas. Es un dato alarmante pues, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud Pública, en los últimos 20 años nuestro consumo de frutas y verduras se ha reducido en 30%, al tiempo que la epidemia de sobrepeso y obesidad se ha disparado hasta afectar a más de 32.2 millones de connacionales.
La Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda incrementar su consumo diario como una medida para combatir la epidemia global de sobrepeso, obesidad y todas las enfermedades relacionadas con estos padecimientos. No en balde la disminución de su consumo viene de la mano con el boom de los “problemas de peso” en nuestro país.
Sin duda lo fresco, producido en traspatio y de productos regionales es una opción sana. El camino hacia los procesados para facilitar su comercialización e incrementar su consumo es un reto para los profesionales del campo, la agroindustria y las redes de valor...
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